¿Por qué los mexicanos tratan mejor a los extranjeros que a sus propios compatriotas?

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“No se trata de odiar lo extranjero, sino de dejar de odiar lo propio.”

Hay actitudes que normalizamos sin pensarlas demasiado. Una de ellas —común en muchas regiones de México— es el contraste en el trato: somos cálidos, pacientes y serviciales con los extranjeros, pero fríos, desconfiados o incluso crueles con otros mexicanos.

Este comportamiento, lejos de ser casual o anecdótico, tiene raíces profundas. Es una mezcla de historia, cultura, desigualdad y frustración colectiva. Y aunque a veces parezca invisible, está presente en la vida cotidiana: en la calle, en el trabajo, en las redes, en el lenguaje.

Este texto no busca señalar culpables ni ofrecer soluciones simplistas. Busca entender. Porque cuando reconocemos nuestros propios reflejos incómodos, comenzamos a sanar.

Un mexicano ayuda a un turista mientras ignora a otro connacional.

La contradicción que duele

Muchos lo han notado: mientras a un visitante extranjero se le trata con una cortesía excepcional, a un compatriota se le exige, se le juzga o se le rechaza. Esa dualidad no solo se observa: se vive.

No es solo una cuestión de educación o carácter. Es una forma de ver el mundo que ha sido moldeada por siglos de historia, discriminación y aspiraciones impuestas.

Una herida colonial que sigue abierta

Castas coloniales de la nueva colonia en Mexico.

Durante el periodo colonial, se impuso una jerarquía clara: lo europeo estaba arriba, lo indígena y mestizo, abajo. Esa lógica no desapareció con la Independencia. Se transformó en racismo, clasismo y en una tendencia a idealizar lo extranjero.

Durante la colonia, se impuso un sistema de castas que clasificaba a las personas según su origen racial, privilegiando a los españoles y marginando a indígenas, afrodescendientes y mestizos. Esta jerarquía determinaba el acceso al poder, la educación, la tierra y hasta la vestimenta.

Hoy seguimos cargando ese legado. A veces sin darnos cuenta.

El otro mexicano: sospecha y desconfianza

En un país marcado por la desigualdad, muchos crecen aprendiendo a desconfiar del otro mexicano. Se teme el abuso, el robo, la traición. En lugar de ver en el otro a un aliado, lo vemos como un riesgo.

Esa sospecha no suele aplicarse al extranjero, a quien se percibe como “neutral” o incluso “mejor”.

Lo extranjero como ideal

Lo que viene de fuera es más avanzado, más bello, más deseable.

Durante décadas, lo extranjero ha sido símbolo de estatus. En la publicidad, en la televisión, películas, en los planes educativos. Se asume que lo extranjero es mejor, es una clase más alta la cual da prestigio.

Cuando eso se internaliza, lo propio empieza a parecer insuficiente.

Tratar bien por interés pero también para sentirse bien

En zonas turísticas, la amabilidad hacia el extranjero no siempre nace del afecto genuino, sino de la necesidad económica. El turista trae dinero, propinas y visibilidad. El compatriota, no.

En contextos de precariedad, ser cortés con el visitante se convierte en estrategia de supervivencia más que en cortesía espontánea.

Pero este fenómeno va más allá del turismo. Tras décadas consumiendo películas estadounidenses y, más recientemente, imágenes y videos en redes sociales que muestran estándares de vida idealizados en países como Estados Unidos o Europa, se ha creado una asociación psicológica peligrosa: el extranjero se percibe como símbolo de ascenso social, mientras que lo local se devalúa.

Esta dinámica genera una paradoja emocional: admiración hacia lo ajeno y rechazo a lo propio – desde la cultura hasta la gastronomía local. El vecino que no encaja en ese ideal extranjero queda relegado, mientras se idealiza un espejismo de prosperidad ajena.

Violencia entre iguales, cortesía con el foráneo

Explicación con ejemplos

La frase describe una paradoja dolorosa pero cotidiana en muchas partes de México: entre mexicanos, a menudo se reproducen formas de maltrato —como la burla, la desconfianza o el desprecio— mientras que hacia el extranjero se muestra una cortesía exagerada, incluso servil.

No se trata de que las personas sean “malas”, sino de un patrón social aprendido, donde se valora más lo que viene de fuera que lo propio.

🧩 Ejemplos concretos:

  • En el trabajo:
    Un jefe regaña públicamente a sus empleados mexicanos, pero cuando llega un extranjero a la oficina (incluso sin un cargo importante), se le ofrece café, se le habla con respeto, y se le llama “señor” o “ingeniero” aunque no lo sea.

  • En el turismo:
    En un mercado local, un vendedor grita o ignora a clientes nacionales, pero cuando se acerca un turista extranjero, le sonríe, le habla en inglés, y le ofrece descuentos o atenciones especiales.

  • En redes sociales:
    Un creador de contenido mexicano recibe comentarios negativos o burlas por parte de su propia audiencia nacional, mientras que si publica algo en inglés o recibe atención de un medio extranjero, muchos lo celebran como un “orgullo”.

  • En la escuela:
    Un alumno que se expresa con acento extranjero o viene de otro país es tratado con interés y admiración, mientras que un compañero que habla con acento regional o usa palabras indígenas es motivo de burla o exclusión.

  • En el trato cotidiano:
    Un mesero ignora a una familia mexicana en un restaurante, pero atiende de inmediato a una pareja extranjera, aunque hayan llegado después.

Al final, este tipo de contraste en el trato refleja una herencia cultural donde lo extranjero se percibe como valioso y lo nacional como inferior. Cuestionarlo no es un ataque a la cortesía, sino una invitación a repartirla de forma justa, empezando por quienes nos rodean.

¿Cómo cambiar esta mentalidad?

Todo cambio empieza con la conciencia. Reconocer la contradicción, hablarla, cuestionarla. Aprender a mirar al otro mexicano con el mismo respeto que se le da a quien viene de lejos.

Cambiar el trato no por obligación, sino por dignidad compartida.

Mexicanos ayudándose entre sí en un mercado
Escena de solidaridad cotidiana entre compatriotas.

Conclusión

La forma en que tratamos a los demás es reflejo de cómo nos vemos a nosotros mismos. México no necesita dejar de ser amable con los extranjeros. Necesita aprender a ser igual de amable consigo mismo.

“No se trata de odiar lo extranjero, sino de dejar de odiar lo propio.”

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