La arquitectura invisible del control: cómo el neoliberalismo y la teoría social neoclásica diseñan nuestras decisiones
|En los últimos años, las grandes empresas tecnológicas han adoptado discretamente el lenguaje de la sociología —en particular, conceptos tomados de la teoría social neoclásica— para perfeccionar la forma en que moldean el comportamiento de los usuarios. En reuniones estratégicas, llamadas con inversionistas y sesiones de diseño de experiencia de usuario, expresiones como “arquitectura de elección”, “bucles de retroalimentación” y “sistemas sociales” ya no son curiosidades académicas; son parte de la estrategia de negocio. Estas compañías entienden que la tecnología no simplemente refleja a la sociedad: la estructura.
En esencia, la teoría social neoclásica analiza cómo las acciones individuales y las estructuras sociales se moldean mutuamente de manera constante. Muestra cómo el poder puede operar menos a través de la coerción directa y más mediante entornos sutiles que orientan el comportamiento mientras conservan la ilusión de elección. Cuando los ejecutivos tecnológicos hablan de “incorporar valores en las plataformas” o de “guiar los recorridos de los usuarios”, están aplicando estas ideas —a menudo con precisión quirúrgica—.
Este modo de gobernanza encaja perfectamente con el modelo económico neoliberal que ha dominado la política y la elaboración de políticas públicas desde finales del siglo XX. El neoliberalismo no se limita a promover mercados libres; reconfigura instituciones, leyes y normas culturales para que los mercados parezcan naturales e inevitables. A lo largo de las últimas cuatro décadas, las políticas públicas han sido sistemáticamente rediseñadas para alinear los marcos legales con la lógica del mercado: desregulación, privatización, debilitamiento de la protección laboral y liberalización comercial.
En lugar de que las leyes establezcan límites a los mercados, los mercados comenzaron a establecer los términos de las leyes. Se desmontaron regulaciones financieras en nombre de la eficiencia; se reescribieron los códigos fiscales para favorecer al capital sobre el trabajo; los servicios públicos se externalizaron y se presentaron como “opciones de consumo”. Las regulaciones ambientales se redefinieron como obstáculos, no como salvaguardas. En cada caso, el papel del Estado no desapareció, sino que se rediseñó para garantizar las condiciones en las que los mercados neoliberales pudieran prosperar.
Cuando llegó la revolución digital, las empresas tecnológicas encontraron un paisaje legal e ideológico perfectamente preparado para su expansión. Las políticas neoliberales ya habían allanado el camino: una débil aplicación de las leyes antimonopolio permitió la formación de monopolios; las leyes de privacidad quedaron rezagadas frente a las capacidades tecnológicas; los regímenes de propiedad intelectual favorecieron la concentración corporativa. Plataformas como Google, Meta y Amazon no solo se beneficiaron de este entorno: lo moldearon activamente, presionando a legisladores y reguladores para proteger modelos de negocio basados en la vigilancia, la extracción de datos y la dominación del mercado.
Esta fusión de ideología, política y tecnología creó lo que podría describirse como una máquina invisible: una estructura que moldea de forma sutil el comportamiento, la cultura y la política, mientras se presenta como neutral. Las plataformas utilizan algoritmos para guiar nuestra atención; los responsables políticos refuerzan estas dinámicas mediante leyes que privilegian la libertad corporativa sobre la rendición de cuentas pública. Las personas creen estar ejerciendo decisiones individuales, pero esas decisiones ocurren dentro de entornos cuidadosamente diseñados, tanto digitales como legales.
El trabajo ideológico es tan eficaz que estos marcos se vuelven autorreproductivos. Las políticas moldean los mercados; los mercados moldean la cultura; la cultura moldea nuevas políticas. Por ejemplo, décadas de reformas fiscales neoliberales debilitaron el sector público, haciendo que las infraestructuras tecnológicas privadas se volvieran indispensables. Los gobiernos pasan entonces a depender de estas corporaciones para obtener datos, logística y comunicación, profundizando su influencia política. La regulación no desaparece; se vuelve selectiva: fuerte contra individuos, permisiva con las corporaciones.
La tecnología acelera este ciclo de manera vertiginosa. Lo que las reformas neoliberales tardaron décadas en normalizar —el consumismo, la privatización, el debilitamiento de las instituciones públicas— los algoritmos pueden acelerarlo en cuestión de meses. Una sola decisión de diseño en una plataforma importante puede reconfigurar el discurso político o las normas culturales más rápido que cualquier legislación. Y como estos sistemas operan mediante elecciones aparentemente voluntarias, la supervisión democrática se fragmenta y reacciona con lentitud.
🤖 La IA: el nuevo motor de la arquitectura invisible
La expansión de la inteligencia artificial no escapa a esta lógica; la profundiza. Los sistemas de IA no son entidades neutrales: están entrenados con datos sociales existentes, diseñados por corporaciones con intereses económicos y desplegados bajo marcos legales moldeados por décadas de políticas neoliberales. En consecuencia, la IA hereda y amplifica las arquitecturas invisibles ya presentes. Los modelos de lenguaje, los algoritmos de recomendación, los sistemas predictivos o de vigilancia reorganizan patrones sociales según incentivos de mercado y lógicas de control, muchas veces sin supervisión democrática ni transparencia. La IA se convierte así en el acelerador perfecto de una ingeniería social silenciosa: automatiza decisiones, refuerza desigualdades estructurales y consolida formas de poder que operan sin necesidad de coerción visible.
Los actores neoliberales —corporativos, políticos y a veces militares— han aprendido a gobernar a través de sistemas en lugar de órdenes, mediante arquitecturas invisibles en lugar de leyes explícitas. El resultado es una sociedad que cree ser libre, mientras avanza de forma predecible por caminos diseñados para el beneficio y el control.
Si queremos recuperar una verdadera agencia, debemos ver la arquitectura tal como es. Esto implica cuestionar la “naturalidad” de los mercados, las tecnologías y los diseños institucionales. Significa tratar a las plataformas no solo como herramientas, sino como actores políticos que moldean la cultura. Y significa exigir una supervisión democrática real sobre los sistemas que estructuran nuestras vidas, antes de que la máquina invisible apriete aún más su control.